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Llegó el momento de la charla y todos los aldeanos se dispusieron a escuchar al hombre santo confiados en pasar un buen rato a su costa.
El maestro se presentó ante ellos. Tras una breve pausa de silencio, preguntó:
-Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
-No -contestaron.
-En ese caso -dijo-, no voy a decirles nada. Son tan ignorantes que de nada podría hablarles que mereciera la pena. En tanto no sepan de qué voy a hablarles, no les dirigiré la palabra.
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