Es a la inmensa mayoría, fronda de turbias
frentes y sufrientes pechos, a los que luchan contra Dios,
dehechos de un solo golpe en su tiniebla honda.
A ti, y a ti, y a ti, tapia redonda de un sol
con sed, famélicos barbechos, a todos, oh sí, a todos van,
derechos, estos poemas hechos carne y ronda.
Oídlos cual al mar. Muerden la mano de quien
la pasa por su sirviente lomo. Restalla al margen su bramar
cercano
y se derrumban como un mar de plomo. ¡Ay, ese
ángel fieramente humano corre a salvarnos, y no sabe
cómo! |
Hablamos de las cosas de
este mundo. Escribo con viento y tierra y agua y fuego.
(Escribo hablando, escucheando,
caminando.)
Es tan sencillo ir por el campo, venir por la
orilla del Arlanza, cruzar la plaza como quien no hace nada
más que mirar el cielo, lo más hermoso son los hombres
que parlan a la puerta de la taberna, sus solemnes manos que
subrayan sus sílabas de tierra.
Ya sabes lo que hay que hacer en este mundo:
andar, como un arado, andar entre la tierra. |
Luchando, cuerpo
a cuerpo, con la muerte, al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando, ahoga mi voz en el vacío
inerte.
Oh Dios. Si he
de morir, quiero tenerte despierto. Y, noche a noche, no sé
cuándo oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando solo. Arañando
sombras para verte.
Alzo la mano, y
tú me la cercenas. Abro los ojos: me los sajas vivos. Sed
tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos
llenas. Ser —y no ser— eternos, fugitivos. ¡Ángel con
grandes alas de cadenas! |
Me llamarán, nos
llamarán a todos. Tú, y tú, y yo, nos turnaremos, en tornos
de cristal, ante la muerte. Y te expondrán, nos expondremos
todos a ser trizados ¡zas! por una bala.
Bien lo sabéis.
Vendrán por ti, por ti, por mí, por todos Y también por
ti. (Aquí no se salva ni dios. Lo asesinaron.)
Escrito está. Tu
nombre está ya listo, temblando en un papel. Aquel que
dice: abel, abel, abel ... o yo, tú, él ...
Pero tú, Sancho Pueblo, pronuncias anchas sílabas,
permanentes palabras que no lleva el
viento... |
Volví la frente: Estabas.
Estuviste esperándome siempre. Detrás de una
palabra maravillosa, siempre.
Abres y cierras, suave, el
cielo. Como esperándote, amanece. Cedes la luz, mueves la
brisa de los atardeceres.
Volví la vida; vi que
estabas tejiendo, destejiendo siempre. Silenciosa,
tejiendo (tarde es, Amor, ya tarde y peligroso.) y
destejiendo nieve... |
Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada. Unos hombres sin más destino
que apuntalar las ruinas.
Romper el mar
en el mar, como un himen inmenso, mecen los árboles el
silencio verde, las estrellas crepitan, yo las oigo.
Sólo el hombre está solo. Es que se
sabe vivo y mortal. Es que se siente huir —ese río del
tiempo hacia la muerte—.
Es que quiere quedar. Seguir
siguiendo, subir, a contra muerte, hasta lo eterno. Le da
miedo mirar. Cierra los ojos para dormir el sueño de los vivos.
Pero la muerte, desde dentro, ve.
Pero la muerte, desde dentro, vela. Pero la muerte, desde
dentro, mata.
...El mar —la mar—, como un himen inmenso, los árboles moviendo el verde aire, la nieve en
llamas de la luz en vilo... |