Yo fui un niño de pueblo que para ir diariamente a la escuela andaba senderos y caminos campestres hasta llegar a una pequeña escuela unitaria primero, graduada después. Creo en aquella escuela, la recuerdo con cariño, en ella aprendí a leer en una vieja cartilla que Don Benceslao, mi maestro, me dio recordándome que la letra destacada en la chimenea de una humeante locomotora era la I sobre un tren que emitía, en voz de mi maestro, un agudo PÍÍÍÍ... Nadie debería olvidar a quien le enseñó a leer, es un aprendizaje para toda la vida, instrumento cotidiano de comunicación. A mí me enseñó Don Benceslao, aquel maestro al cual pateé cuando mi madre, a mis seis años, me obligó a ir a la escuela contra mi voluntad, pues yo prefería ir con mi padre a la huerta o a jugar en la cuadra de mi vecino, mejor aún a su huerta, a comer las peras de sus excelentes frutales que cuidaba con tanto mimo. Hoy quedan pocas escuelas de aquellas en las sociedades desarrolladas. Vinieron las concentraciones escolares, se fueron industrializando muchos entornos rurales, se aumentó la escolaridad obligatoria y el maestro obtuvo rango universitario adquiriendo mas lustre bajo la denominación de profesor, hoy mas extendida y distante de aquel blusón azul de mi viejo maestro, siempre tocado de tiza, rebarbas de sacapuntas, restos de goma de borrar y ese particularísimo olor a escuela que recuerdan aquellas cajas de pinturas Alpino con las cuáles dábamos luz y color a nuestras creaciones infantiles. Pasamos por la pizarra y la tiza, por el ábaco y las regletas para contar, por el tintero y la pluma, por la caligrafía y las tablas cantadas, por los aparentemente siempre viejos y enlonados mapas de pared y el globo terráqueo de la mesa del maestro que giraba en las manos infantiles y su mirada buscando y dando respuesta a la inevitable pregunta del maestro ¿dónde estamos?. Los pupitres con bancadas fueron substituidos por funcionales mobiliarios polivalentes, las filas dejaron paso a los grupos, el trabajo individual y el colectivo se orientaron hacia las dinámicas de grupo que aparecieron como innovadoras y con más "marchamo". Llegaron los audiovisuales, los mapas se proyectaban en pantalla sobre papel de acetato, los libros de texto se llenaron de color, el proyector de cuerpos opacos coexistió con las diapositivas, las cuáles dieron paso al cine escolar y este al video escolar. Carritos de ruedas corrían por pasillos escolares con el vídeo y la pantalla. de clase en clase, con unas y otras proyecciones. Llegaron los proyectores, los casettes inseparables de los profes de idiomas, los CDs, los DVDs y... llegaron los ordenadores, primero solitarios y distantes, misteriosa máquina de uso complejo en el despacho del director, rápidamente frecuente en unas y otras salas escolares y hoy omnipresente en las escuelas, deseado por los niños y requerido entre maestros, moderno y actual... estamos en la era TIC, prima hermana de la era EAO y supongo de unas cuántas mas siglas que prefiero no considerar ya que me gusta mas el ¿nos llevas a los ordenadores? de los niños, hoy frecuente en las escuelas. .